Esto ya se rompió
El fin del kirchnerismo ya es como la despedida de Los Nocheros, pero ahora capaz es como la despedida de Midachi.
¿Se puede decir que el gobierno del Frente de Todos fracasó o se va a ofender alguien? Hay gente que todavía se ofende cuando escucha que el gobierno de Macri fracasó. Es una reacción irracional, porque si no hubiera fracasado, no habría fracasado. Bueno. Incluso si ocurre algún milagro, si se da la bala de plata, si se concreta el 1% que calculó la Consultora Pyrex Analytica para este portal en su primera entrega, es decir, si Sergio Massa gana en primera o segunda vuelta, este gobierno fracasó.
O sea, digamos, este, todos teníamos demasiadas expectativas ese martes 10 de diciembre de 2019 con 40 grados de térmica a la sombra y Sudor Marika en Plaza de Mayo. Después pasaron cosas: "La deuda de Macri, la pandemia, la guerra y la sequía", va a repetir Alberto en el geriátrico que le toque en suerte en 15 ó 20 años (si es que, en el escenario optimista, existen los geriátricos para entonces) y que acaso quede en las ruinas de Exedra Café, o donde sea que Karina Milei decida emplazar la zona roja.
Pero hay que hacer la autopsia del experimento del Frente de Todos, cada uno de los actores ya la hizo en privado, para entender por qué salió todo tan mal. El problema principal (para mí, que tengo el terciario incompleto) es que los protagonistas de la alianza sellaron un acuerdo para ganar, que era el objetivo en común, y no para gobernar, ámbito para el que cada uno tenía ideas distintas.
Sergio Massa, Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Axel Kicillof, Máximo Kirchner, La Cámpora, Soberanxs, Leandro Santoro, la pulserita derecha de Santiago Cafiero, Gabriela Cerruti y La Payasa Filomena querían cosas distintas. Y una vez que empezó a repartirse la cosa, la disputa primero pasó a ser discutir quién tenía razón, segundo a ver quién bloqueaba al equipo de la derecha y allá lejos al fondo la idea original. Los ministerios y espacios de poder se lotearon con un criterio foucaultiano: un ministro de una tribu, un vice de otra y un contralor de una tercera, de forma tal que nadie hiciera nada pero todos se vigilaran entre sí.
Este descalabro lo graficó el propio Santoro, que en 2019 esperaba ser ministro o aunque fuera secretario por el mérito de haberse fumado a Alberto tocando la guitarra en Puerto Madero durante toda la campaña. Seguramente Santoro sea un tipazo y capaz algún día demuestre su talento en un cargo ejecutivo, pero bueno, el punto es que hace cuatro años se quedó esperando la repartija de cargos y cuando el whatsapp no llegó le escribió a Alberto, que lo derivó a Cafiero, que le dijo “uy, no nos dijiste nada, bue, te armamos una secretaría porque hay tareas que vos podrías armar…”. De ahí para abajo, se imaginan.
Nunca vamos a saber de qué hablaron Alberto y Cristina en esa semana de mayo de 2019 en el departamento de Florencia en Constitución, salvo que ellos lo cuenten. Pero queda claro que no se pusieron de acuerdo en cómo iban a preparar la liebre una vez que la alcanzaran, y tampoco lo pusieron en común con Massa, and so on and so on.
Esto fue una falla clave porque todos eran actores con objetivos, criterios y metodologías distintas. Cristina Kirchner es insondable para la mente del periodismo argentino, pero está claro que sus planes eran a) cerrar las causas judiciales en su contra1 y b) mantener la reivindicación de su legado político bajo la idea de que ella nunca había traicionado a su pueblo, que es otra forma de decir que nunca cagó a sus votantes, que a los fines prácticos se tradujo en no ajustar nunca. De Alberto Fernández tampoco podemos saber qué quería, pero dado que en un primer momento rechazó la idea de ser presidente y llegó a pedir la embajada argentina en España2, podemos aventurar que él esperaba seguir siendo lobbysta, tiroteando por DM y tomando gaseosa de pomelo sin que nadie le rompiera las pelotas. Su presidencia fue una venganza contra los que no lo dejamos perseguir sus sueños. Sergio Massa, al igual que su amigo Larreta, nació con la idea de ser presidente y tuvo que construir su ambición de poder en contra de los obstáculos del resto. Kicillof podía aspirar a que no le estalle la provincia y reelegir. A Máximo Kirchner se lo explica con teoría freudiana marca Marolio: su padre le pateaba los soldaditos y él aprendió a romper el juguete. Los resultados están a la vista.
Hubo mala suerte, sí, pero ante todo hubo mala praxis. No hablo sólo de malas decisiones que en el momento parecían lógicas y con el tiempo se comprobaron erróneas3. Estirar demasiado el cuarentenismo, aunque a los tres meses ya era evidente que había retornos decrecientes, estuvo mal. No prever que iba a haber abusos policiales —al sobrecargar la autoridad para controlar cosas que no estaban preparados para controlar— estuvo pésimo, y negarlo fue peor todavía. No acordar a tiempo con el FMI, justo cuando estaba mimoso, estuvo mal. Mantener la retórica anti-devaluación, sólo para estirar la agonía y evitar el ajuste que igual hubo que hacer tarde y mal también fue un error. O sea digamos ahora estás esperando un milagro para evitar que gane un tipo que promete motosierra.
El fin del kirchnerismo se anunció tantas veces como la despedida de Los Nocheros, y el kirchnerismo (como el peronismo) siempre resistió y volvió. Pero ya dije que estamos en un fin de ciclo largo, no en una crisis cualquiera, y hay que reinventarse. Massa habla de grandes acuerdos, y si gana debería quedarse con casi todo, por el simple hecho de que hizo la campaña casi solo, pero está claro que el dedismo del cristinismo tiene poco futuro. Kicillof mismo está enfrentado con La Cámpora y aspira a unificar la conducción si reelige. Nadie va a purgar a nadie, los cristinistas van a seguir existiendo (ya algunos tienen sus bancas aseguradas) y el votante kirchnerista va a estar ahí. Pero el poder ordena: si Unión por la Patria gana, tiene que reorganizarse, porque el formato actual ya está roto. Y si pierde se desintegrará entre un frepasismo tardío4 y un PJ residual y colaboracionista. El peor de los mundos.
Queda para el anecdotario, para el libro de una temporada en Balcarce 50 que espero que esté escribiendo alguien inteligente, el festival de zancadillas e internitas de los últimos cuatro años. Si todo sale bien, nos vamos a acordar y nos vamos a reir. Si todo sale mal, espero que ningún funcionario actual se cruce en las esquinas con las hordas que van (vamos) a estar comiendo guiso de paloma en seis meses.
En el nombre del padre
Menem hubo uno solo y entendió enseguida que no tomar decisiones es dejar que otros las tomen por vos y que el capitalismo en Argentina no funciona sin una conducción vertical. El poder absoluto no existe, pero la dedicación absoluta al poder sí, y acaso sea la única forma de construir política. No llama la atención que algunos lo reivindiquen (sí, yo también) 30 años después, aunque el quía haya encabezado además la organización más mafiosa que alguna vez estuvo al frente del Estado.
La otra figura que se agiganta a la distancia es la de Eduardo Duhalde, un tipo que entendió un problema (había que salir de la convertibilidad) y le encargó a otro, Remes Lenicov, que estudie cómo solucionarlo, cuatro años antes de que todo estallara por los aires. Esa praxis se perdió, para desgracia de todos.
El peronismo siempre fue un partido u otro, pero además solía ser una red de redes de contención, un entramado de dirigentes en contacto con el territorio preparados para asistir donde se necesitara. Algo de eso queda, pero mucho de eso se rompió. Si no, miren la cantidad de intendentes del conurbano que viven en barrios porteños caros, además de Insaurralde. O como preguntaba el colega Ramón Indart: ¿cuántos intendentes hay de clase media?
La historia del peronismo como supuesto solucionador de problemas, como partido del orden, generó la ilusión de un deus ex machina, de que el espíritu pejotista aparecería en última instancia a arreglar las cosas. “Los intendentes no van a dejar que pase tal cosa”, o “los gobernas ya se van a encargar”. Pero no, los dirigentes que existen son los que están y en buena medida son los responsables de los problemas actuales. No hay un salvador de última instancia. Papá Noel son los padres y en el saco con suerte hay medias.
Posdata
Este newsletter tenía que salir más temprano pero fue una semana complicada. El domingo y el lunes van a ser días más complicados todavía, así que no esperen demasiado. No hay fecha todavía de la próxima entrega. Tengámonos paciencia entre nosotros.
Estos meses en general y esta semana en particular ya pasamos de la euforia a la depresión y nunca terminamos de salir de la angustia. Hay un futurazo para Argentina, pero si tomamos malas decisiones como, o sea, digamos, por ejemplo, la dolarización, podemos desperdiciarlo. Seguir así tampoco sería bueno, pero creo que es todavía menos probable. Estás muy bearish.
Quedan dos días. Les recomiendo releer los 49 consejos de la semana pasada. Hablé con mucha gente que derritió la tarjeta y me escribió un loco que se compró dos motos en cuotas. Argentina es invencible.
Ah, cierto, sería bueno que se suscriban y recomienden este newsletter, sobre todo si se rieron aunque sea una vez:
Anoche vimos también como un chófer del 71, evidentemente fan de Milei, se puteaba con un motoquero (al parecer) massista. La calle está complicada, cuidensé y traten bien a los demás.
Parece que vuelve D.I.E.T.R.I.C.H. No todo está perdido.
Nos vemos la semana que viene.
Muchas de ellas totalmente infundadas y basadas en lawfare, otras no tanto.
Que esa embajada se la haya quedado Ricardito Alfonsín fue una señal de alarma que lamentablemente no interpretamos a tiempo.
Me gustaría, querido lector, que recuerdes si estabas de acuerdo o no con la vuelta de Di María a la Selección a fines de 2020. Con una mano en el corazón.
Jorge Asís dixit.