El dólar es un sueño eterno
Una pasión argentina, que a la vez es un sueño, que también es una pesadilla.
¿Por qué nos obsesiona el dólar? En 1948, Juan Domingo Perón preguntó: “¿Han visto alguna vez un dólar?” y 75 años después todavía lo estamos buscando. En el medio pasaron cosas: el Rodrigazo, la Plata Dulce, la Hiperinflación, el 1 a 1, su salida y la vuelta al régimen de licuación permanente que nos obliga a refugiarnos, a agarrarnos de lo que sea, cualquier bien que se desintegre más despacio que nuestro bolsillo.
El kirchnerismo instaló en los últimos años el discurso de “la economía bimonetaria”. La idea es que producimos (y exportamos) cosas hechas de dólares pero consumimos (importamos) más cosas hechas de dólares, por lo cual huimos del peso. La idea parte de una verdad pero encierra una trampa. No hay ningún ADN que nos condene a escapar de nuestra propia moneda. Sólo la rompimos y actuamos en consecuencia.
O sea, digamos, a ver: para que una moneda funcione tiene que cumplir con tres objetivos: permitir ahorrar (reserva de valor), ponerle precio a las cosas (unidad de cuenta) y usarla para pagar (medio de pago). Hasta ahí mis conocimientos de CBC incompleto y la fotocopia del Mochónybecker. Con el peso (y el austral, y el peso ley, etcétera) se rompieron las tres condiciones.
Para la década del ‘40, cuando Perón mencionó al elefante, el dólar (y en menor medida el ladrillo) ya empezaba a funcionar como reserva de valor alternativa ante la inflación creciente. Esa dinámica se mantuvo en los ‘50, ‘60 y principios de los ‘70. Hasta que llegó el famoso Rodrigazo. Centennials, pregúntenle a sus abuelos. Si no los tienen a mano, el 4 de junio de 1975, Celestino Rodrigo, ministro de Economía de Isabel Perón, ordenó aumentos de los precios que estaban reprimidos en esa época: transporte, combustibles y servicios públicos (caramba, qué coincidencia). Algunos se duplicaron, otros se triplicaron, hubo una megadevaluación y los salarios también aumentaron, pero por abajo de los otros precios.
Ese día pasaron muchas cosas, ninguna buena. Una es que empezó una década y media de tres dígitos de inflación anual. Otra es que empezó a terminarse lo poco que quedaba del primer gobierno peronista sin Perón. La tercera es que la gente que, por ejemplo, acababa de vender una casa, como mi viejo, de repente se encontró con un montón de papeles pintados que no servían para nada.
En esa época se popularizó la práctica de vender (y ponerle precio a) los departamentos en dólares, que hasta 1973 casi no existía en Argentina. Ahí se rompió la función de reserva de valor. Después vinieron la dictadura, la Plata Dulce, la estatización de deuda privada, Malvinas, Alfonsín, y todas esas cosas que cuenta Tato en su Monólogo 2000, que pego acá para ahorrarme parte del laburo.
Cuando entramos en la primera Hiperinflación, el peso, que en ese entonces era el Austral, perdió la capacidad de poner precios y al poco tiempo incluso se jubiló como medio de pago. Esa decadencia quedó ilustrada en la escena cúlmine de 76 89 03, pero ese es otro tema. Llegó Menem, cayó el Muro, murió la revolución productiva, empezó el ajuste, se disparó la otra Hiper y aplicaron el Plan Bonex. Un día de 1991 Cavallo se dio cuenta de que los pocos dólares que tenía en el Banco Central eran más o menos lo mismo que la moneda circulante si se los canjeaba a 10.000 australes por dólar. Nació la Convertibilidad, con el nuevo argendollar, el peso 2.0 (convertible), y el 1 a 1.
Esa historia ya es más conocida. El peso dolarizado recuperó sus poderes y la crisis se encaminó para los que quedaron del lado de los ganadores (para los otros, no tanto). La Convertibilidad sirvió para estabilizar y le dio a Menem dos o tres años de crecimiento sólido, además de la reelección. Pero era un plan para salir de la crisis, no para mantener en el tiempo: a mediados de los 90 la mayoría de los economistas ya se habían dado cuenta de que había que salir, porque las desventajas empezaban a ser más que las ventajas. En 1998 empezó la recesión, se acumuló la deuda externa, al año siguiente Brasil devaluó y quedaba claro que el 1 a 1 era insostenible. Pero todo el sistema político compraba la estabilidad que generaba la Convertibilidad. De la Rúa ganó las elecciones de 1999 con la promesa de mantenerla, hizo lo imposible (e hipotecó a futuro) para no devaluar y esa obsesión se lo llevó puesto.
Corte a cacerolazos, piquetes, 5 presidentes en una semana, Rodríguez Sáa defaultea y Duhalde devalúa. Ustedes eran muy chicos y capaz no se acuerdan, pero la expectativa era que volvía la inflación alta, si no directamente la Hiper, y el peso (ya no convertible) se iba a la mierda. Pero el Plan de Remes Lenicov y Lavagna funcionó y aunque la devaluación fue del 75%, la inflación sólo llegó al 40%. El peso había sobrevivido a la desconexión del respirador dolarizador. Volvió el ahorro en dólares, pero seguíamos teniendo moneda.
Duhalde le pasó el bastón a Néstor Kirchner, que mantuvo a Lavagna y a los dos años lo echó. Volvieron de a poco el déficit fiscal, la emisión y con ellos, la inflación. Pero hubo varios años en los que el peso siguió funcionando. Pasaron Cristina, el conflicto con el campo, la crisis subprime, la reelección y hasta el cepo, pero el peso siguió. Los taxistas volvieron a aprenderse la cotización del blue y el oficial del día, volvió la devaluación, llegó Macri, salimos del cepo, anduvo un tiempo, el dólar volvió a dispararse, acordamos con el FMI, recesión, la PASO 2019 y volvimos al cepo. Entre Alberto Fernández, Guzmán, Massa y la ineptitud general del Frente de Todos terminó de romperse lo que quedaba de moneda y hoy el peso es solo un medio para conseguir cualquier otro producto que se devalúe un poco más despacio. Todos los argentinos trabajamos, part o full time, de sacarnos los pesos de encima por algo que dure un poco más.
Síganme, (no) los voy a dolarizar
En esa llaga funciona la promesa de campaña de Javier Milei de dolarizar la economía argentina. Como explicamos acá, la idea funcionó perfecto porque todo argentino la entiende a nivel inconsciente, piensa que va a dejar de perder poder adquisitivo todos los días, aunque el candidato no tenga nunca que explicar cómo lo haría. Dolarizar es inviable, es imposible en las condiciones actuales, y si esas condiciones existieran no haría falta dolarizar. Pero el votante (o el tercio que votó a Milei) escucha “dólar” y de fondo empieza a sonar Color Esperanza, se imaginan los viajes a Miami, se visualizan los bienes durables, se manifiesta el bienestar.
El peso tampoco necesita demasiada ayuda para seguir desintegrándose, pero la corrida de los últimos dos meses fue en buena parte por la promesa de dolarizar, lo cual destruiría la economía. Esa psicosis colectiva tuvo su techo el fin de semana previo a las elecciones generales, cuando Milei parecía que ganaba en primera vuelta y lograba imponer todos sus proyectos. La derrota ante Sergio Massa del 22 de octubre recalibró esas expectativas y el quilombo posterior nos dejó en la primera semana del siglo en la que los taxistas no sabían a cuánto estaban los distintos tipos de dólar.
Esa semana reapareció Mauricio Macri y arrastró a Patricia Bullrich a auxiliar al (futuro) vencedor del balotaje. La alianza desprolija del PRO con Milei seguramente sea la jugada maestra del año que permitirá el triunfo opositor el 19 de noviembre. No es sumar el 30% de los votos de Milei con el 23% de Bullrich, aunque algo de eso hay. El acuerdo Macri-Milei reorienta el eje de la campaña a continuidad contra cambio, una disputa casi imposible de perder para la oposición con un 150% de inflación anual. Si a eso se suma el laburo fiscalizador de la oposición, el amiguismo de Macri con el establishment y sus esfuerzos para normalizar al candidato presidencial, el partido ya está definido. Las encuestas de la última semana lo confirman.
El Eje de Acassuso enfrenta las contradicciones entre promocionar el acuerdo y decir de un lado (el de Milei) que no hubo concesiones de ningún tipo, mientras del otro (Macri) se asegura que se aceptaron todas las condiciones que le pusieron en un apunte. La polémica no importa, porque el votante de La Libertad Avanza sigue creyendo que Milei va a hacer lo que prometió (que ya era imposible antes, y más ahora), y el macrista ve que ya se moderó, o lo moderaron, y de todas formas iba a elegir al candidato antiperonista.
Un Milei albertizado, intervenido por el PRO, bien medicado, digamos, a ver, puede funcionar o no, pero lo más probable es que no. Los incentivos están alineados para que todos ayuden al ganador, pero Juntos por el Cambio ya se partió y la resistencia a las reformas de Milei es grande en todo el resto de la política. El propio votante de Milei no está de acuerdo con la mayoría de las cosas que propone y solo quiere un “reset económico” para volver a crecer. El establishment ya rechazó la dolarización inviable, los bancos solo quieren cobrar y el resto de las empresas tienen una deuda comercial atrasada por la que van a hacer fila para cobrar a las 8.01 del martes 21 de noviembre (el lunes es feriado). Ta’ difícil la cosa.
Con ese panorama, el nuevo Rodrigazo sigue siendo inevitable. Todos los precios que están atados y atrasados se van a soltar el mismo 20 de noviembre, como los combustibles, los alimentos, el dólar y todo lo que esté atado al dólar. Otros van a descongelarse un poco después, como las tarifas de servicios, y uno en particular va a quedar pisado: los salarios. Massa tal vez pueda hacerlo más ordenado, pero lo más probable es que nunca lo sepamos. La inflación va a llegar a 300% como advierte Cavallo y hará falta mucha pericia para evitar la Hiper. Eso en el mejor de los casos. Menem hubo uno solo y además de todo tuvo mucha suerte.
El proyecto dolarizador quedará archivado una vez más. Es la utopía bananera hacia la que caminamos todos los días y el arbolito se corre dos pasos más. Dolarizar es un sueño eterno y también un laburo de todos los días. Pero peor es vivir en Ucrania.
Posdata
Todos necesitamos vacaciones a esta altura del año, ¿no? Yo seguro.
Recomiendo mucho El dólar, historia de una moneda argentina, de Marina Luzzi y Ariel Wilkis, que cuenta muy bien la historia que yo deformé y arruiné en este post.
También vuelvo a dejar acá los 49 consejos creativos para sobrevivir a tu primer Rodrigazo seguido de Hiperinflación, que siguen aplicando esta semana que arranca el Cyber Monday (?).
Si el post de hoy me quedó medio pesimista, acordate de que los periodistas siempre nos equivocamos y que la Argentina es invencible.
Nos vemos la semana que viene. Si Dios no quiere, también.