Me caí de la bici. Otra vez. Fui a jugar un picado mixto, faltaba uno, ya estaba volviendo a casa. Era una de esas noches de hiper humedad que te sale vapor de la frente, hay que tener más cuidado, mirar todo de reojo por las dudas. Paré un segundo sobre Rivadavia, cerca de Primera Junta, me descolocó un turro que me preguntó para dónde quedaba Flores (pensé que me iba a afanar, quién no sabe para dónde queda Flores, además del chiste). La cosa es que me metí en el carril del medio, ese por donde va el tranvía, para doblar a la izquierda, soy un boludo, ya sé, y agarré muy paralelo los rieles, que encima estaban húmedos, perdí el control y pum, me caí a la mierda.
“Hay que pasar el invierno”. Lo dijo Álvaro Alsogaray, justo hace 65 años, cuando asumía como ministro de Economía de Frondizi y anunciaba un plan de ajuste bastante parecido a esta motosierra. Alsogaray tenía facciones fuertes y Landrú (el Nik de la época, con perdón de Landrú) lo dibujaba como un chancho. El ajuste funcionó pero generó mucha conflictividad sindical, Alsogaray renunció por los paros y a Frondizi lo terminaron derrocando. Pero la frase quedó, y todavía sirve, todavía sirve.
El invierno de 2024 fue (todavía es) bastante duro, por no decir una verga, para la mayoría de los argentinos, o sea digamos, en particular los que vivimos de un sueldo en pesos (o dos, o más). La crisis fue (es) especialmente áspera. Cae el consumo (todavía no encontró piso), caen los salarios (algunos se recuperan desde el abismo, pero sólo los que están en blanco), crecen la pobreza y la indigencia. Pero además fue el invierno más frío en años, casi en décadas, justo en una temporada en la que volvieron a subir las tarifas (atrasadísimas, sí, pero otro sablazo al bolsillo). La calle está durísima y mucho más para los que tienen que usarla de dormitorio. Un clima muy invierno del año 2000: dos años consecutivos de recesión, sin salida todavía a la vista pero un aire diáfano, helado y sin humedad. Algunos trafican brotes verdes (“o sea, digamos, los despachos de cemento rebotaron respecto del mes pasado y están casi en niveles de pandemia!”), otros venden los verdes verdes para llegar a fin de mes, el resto se dedica al arte de estirar el guiso. ¿Qué se rompe primero: la paciencia, el lazo social o la cadena de pagos?
No hay que levantarse demasiado rápido, por las dudas. Primero se chequea que no haya nada roto ni que sangre. En este caso, ninguna de las dos, bien. Se acercó una señora a la mitad de la avenida para ver cómo estaba. Ahora sí me levanté, solo un raspón en el codo y la rodilla, los dos de la izquierda. Quise explicarle a la señora por qué me había caído, como si importara. La bici estaba intacta. “¿Pero vos estás bien, nene?”, insistió la señora. Ahí me di cuenta de que también me había golpeado las costillas del lado izquierdo y dolía bastante. Me levanté la remera para ver si tenía moretones o algo peor. “Por suerte están todos los órganos del lado de adentro”, dije. A la señora no le causó gracia. En fin. Siempre es bueno saber caer bien y levantarse. Sería mejor no caerse, pero todo no se puede. Hay una metáfora ahí, pero mejor dejarla donde está.
Hablando de caer, Alberto Fernández. Qué pasó ahora, la puta madre. Lo mejor que hizo el tipo desde que lo nombraron candidato a presidente (a dedo) fue decir que la política es muy parecida a Veep (vean Veep, no me canso de decirlo). No sé si es universal, pero a él le calza perfecto. Todo en su gobierno fue un poco tragicómico, un poco torpe, una mini catástrofe. La novedad es que Fabiola Yáñez, la ex primera dama (que tampoco era, porque nunca se casaron), ahora lo acusa de haberla golpeado. Parece que habría (siempre el potencial para cubrirse, estos periodistas) fotos y chats, que todavía no vimos y confirmarían las agresiones. Esos chats aparecieron casi por accidente, por revisarle el celular a la secretaria de toda la vida de Alberto, secuestrado en una causa por chanchullos administrativos por algo de unos seguros, no sé, tampoco interesa tanto ese tema. Ahora Alberto es un cadáver político y ni los secretos que guarda contra todos sus ex compañeros evitan que le peguen en el piso. Se reflotan los videos de los greatest hits progresistas de Alberto: Alberto crea el Ministerio de la Mujer, Alberto promulga el aborto y termina con el patriarcado, Alberto crea el DNI no binario y unx no binarie invitade al acto se le retoba y dice “no somos una X”. Igual todos aplauden. Ah, éramos felices y no lo sabíamos. En fin, ese tipo que cantaba Litto Nebbia con voz de enfisema y tapaba filminas con la mano, ese que culpaba a “su querida Fabiola” por la fiesta en Olivos, también la golpeaba. Si lo escribís te lo bochan por inverosímil.
Hablando de no ser una X, Imane Khelif. La boxeadora argelina que es mujer pero quisieron descalificarla de los Juegos Olímpicos “acusándola” de ser trans, justo viniendo de un país en el que no ven muy bien ese tema. No me interesa tanto el debate del deporte, el género y las ventajas de nacimiento, que es para largo. Me impresiona cómo tanta gente se mete a opinar con tanta seguridad de algo sobre lo que saben más bien poco y que además no les cambia en nada la vida. Ni que fueran periodistas. Me imagino que ella se debe sentir como cuando tu vieja invita a sus amigas a casa y hablan de vos en tercera persona y enfrente tuyo. Pero amplificado por redes sociales. Un mundo de mil millones de tías que ni siquiera son realmente tus tías.
Vuelvo a Alberto. El tipo había tenido la suerte de ser jefe de Gabinete de un gobierno exitoso (y de otro no tanto), se casó, tuvo un hijo, se separó. Se dedicó a ser lobbysta, ganaba bien, como mucho tres horas de “laburo” diarias, le regalaba offs a los periodistas, tiroteaba minas en Twitter, en fin, la vida. Un día se puso a laburar en una campaña electoral que salió mal, de carambola se reconcilió con Cristina Kirchner y terminó trabajando de nuevo para ella. Y gracias a un efecto mariposa (el gallego De la Sota se duerme al volante y CFK se queda sin candidato), el tipo que esperaba con suerte ligar una buena embajada para no tener que laburar demasiado, recibe de arriba la candidatura presidencial. ¿Cómo decir que no? Para colmo de males gana y, aunque la interna se le complica, liga otro milagro que es la pandemia y la aprobación social inédita que le toca en suerte. Y de ahí en más, no le quedó una cagada por mandarse, rompió todo lo que podía romper, regaló todo el poder que había acumulado. Ah, pero lo que nos reíamos cuando le declaraba la guerra a la inflación un martes para empezarla un viernes. Traicionó a los propios, maltrató a los cercanos, cagó a todos los demás, decepcionó a todos los que se ilusionaron (sí, yo también, hay cosas peores). Y de yapa nos dejó a Milei. Alberto se negó a fundar el albertismo para no pelearse con Cristina y ahora es el líder de un espacio de una sola persona, él mismo, que como Pandora contiene todos los males del mundo. También es presidente del PJ, técnicamente, pero no creo que eso dure mucho más. Ahora va a purgar todos los pecados posibles. Como en Tres versiones de Judas, su traición tal vez permita el milagro. O capaz no. Seguro que no.
Si el otoño fue duro, el invierno está siendo una reverenda mierda. Odio el frío, odio que se haga de noche temprano, me gusta el guiso pero a qué precio. Me duelen las costillas hasta cuando respiro, pero decreto que no voy a ir a la guardia porque es obvio que no tengo nada grave. La semana anterior me sacaron una muela que se rompió, me la arreglaron, se volvió a romper, mil idas al dentista, no tiene arreglo, una desgracia. Me agarré una de esas gripes que no terminan más. Y así voy, todo fajado, pero hay que seguir, porque peor es caerse. Encima la laptop empezó a fallar cuando inicia, formateo y no termina de arreglarse, consulto y no le encuentro la vuelta. Cuándo se va a terminar la malaria, pienso, si es que no me termino yo antes. Hay que pasar el invierno.
Cristina también hizo lo suyo, eh. Acá nadie puede hacerse el boludo. Ya lo hablamos. Sólo Alberto es responsable de lo que hizo Alberto. Pero ella lo eligió. Y después fueron cuatro años del chiste carísimo de decir este gobierno no es mío, jódanse. ¿Qué credibilidad queda ahí? ¿Qué se puede reconstruir con eso? ¿Piensan que esto de alguna forma les da la razón? Ahora todos se despegan, hasta el último concejal de Almirante Brown, y está perfecto, peguen en el piso, escúpanlo, pero no se crean que con eso alcanza. Alberto es Alberto pero la crisis de representación es toda de ustedes. Pidan perdón.
Hablando de crisis de representación, Mauricio Macri. El otro día lanzó el Nuevo PRO, que es como el viejo PRO pero con un sombrero nuevo (la derrota). Conmueve verlo al killer empezando de nuevo, casi solo, rodeado de una docena de tipos que saltarían del barco en un segundo si los llamara Milei. Macri fue uno de los grandes derrotados de 2023: los libertarios le robaron el electorado y le captaron a sus dirigentes, uno por uno. A Mauricio no le queda otra que apoyar, porque tampoco saldría bien parado si esto termina mal; a lo sumo puede decir “sí, pero” y quejarse de Lijo. Milei lo ningunea y lo manda a hablar con Santiago Caputo o, peor, con Karina. Ojalá algún día lleguemos a ver su venganza. Mientras tanto, Macri resiste fusionar el PRO con La Libertad Avanza hasta que no le den algo de bola. Hace bien en aguantar, pero todo indica que va a terminar cediendo. Mauricio repite una metáfora: “Es el siglo XXI, nadie se casa sin antes convivir”. Pero en privado dice “coger”. Lo cual, o sea, digamos, en términos freudianos, hay muchas formas de coger, pero en este caso, me explico, una parte ya se está cogiendo a la otra. Adivinen cuál. Macri sólo quiere que lo reconozcan, porque toda demanda es una demanda de amor. ¿Qué es lo que quiere la chola?
Hablando de Santiago Caputo, es uno de los mejores personajes que tiene este gobierno. La Libertad Avanza estará reventando el país, seguro, pero tiene locos mucho más interesantes que cualquier otro gabinete. Ya lo dijimos en la entrega anterior: la realidad es un invento de Santi Caputo. Justo después de ese texto, al tipo le borraron la cuenta de Twitter por amenazas y por poronguear con un video de armas que ni siquiera era suyo. Qué personaje. Aparecieron otras cuentas suyas, algunas falsas, hay una que dicen que es la posta. Yo creo que todo es un gran bait, en un gobierno que es especialista en eso. Pero la línea inconsciente que bajan desde su perfil permea hacia abajo, crea realidades. Encima le dieron la SIDE con 100 palos verdes, una chanchada. Me divierte pensar que ellos creen que llaman a Stiuso y Stiuso no los va a cagar a ellos. Lo mismo que Lijo. Seguro ellos son más vivos.
Milei recibió la peor herencia económica del siglo XXI pero también el mejor escenario político. Todo lo que tiene enfrente está muerto o cogido. Más allá del esoterismo y la mafia, si logra encaminar la economía gana. Yo no creo que este esquema funcione, no la veo, pero hay que considerar la posibilidad. También hay que entender que eliminar la inflación, si lo logra, sería un analgésico demasiado potente. Los que salgan ganando lo van a apoyar aunque los que salgan perdiendo pierdan mucho. Siguen las dudas: ¿Aguanta el plan de Caputo hasta fin de año o tienen que inventar algo nuevo antes? ¿Llegan a salir del cepo antes de 2025? ¿Salen sin que se rompa? Milei también intenta pasar el invierno. Aguanta vendiendo dólares (con la tuya) y espera que la inflación termine de bajar, que entre la cosecha de trigo, que llegue algo por el blanqueo. La apuesta es que gane Donald Trump y empuje al FMI a darle más fondos a la argentina. ¿Y si gana Kamala?
Leo que Santi Caputo andaba en una moto Café Racer hasta que se rompió varios huesos en diciembre de 2021. Ahí tenemos algo en común: yo también soy un boludo.
Mi amigo Seba se fue a Venezuela a cubrir las elecciones y después tardó casi una semana en volver. Leanlo. Venezuela es un quilombo pero lo impresionante es cuánto tiempo puede ser un quilombo. Hace unos años hizo una dolarización de facto (endógena, diría Milei) cuando el Bolívar dejó de tener valor y la gente empezó a moverse con billetes de a un dólar para poder funcionar. La economía se “recuperó”, digamos, pero el PBI es un cuarto de lo que era en 2012. Desde la pandemia hay clases solo dos o tres veces por semana y la gente tiene tanques de agua en el living porque la electricidad y el agua corriente van y vienen. Les traigo un mensaje optimista: siempre se puede estar peor. No es una propuesta, eh.
Mientras escribía esto, el lunes tomé un apunte: “Santi Caputo es un Sith. Marcos Peña es un Jedi. Y el duranbarbismo es La Fuerza”. Al día siguiente, Santi Caputo filtra una foto apuñalando el libro de Marcos Peña con un cuchillo romano de cotillón. Somos dos boludos y encima pensamos parecido.
Una amiga me regala caña con ruda. Conmueve la falta de ridículo del porteño que le dedica el primer trago a la pacha, lo tira en una maceta, y se toma otros tres. Pero algo hay que hacer para que no te coma la mala. Pasa una semana, afloja el dólor de muela, cede la hinchazón de las costillas, se va el catarro. Julio los prepara, agosto se los lleva. De algo hay que agarrarse.
El otro día se soltaron unos 40 caballos en Campo de Mayo. Rompieron una reja, salieron por Boulogne y llegaron a Panamericana. Los graban, los suben a las redes y se viralizan. Caballos galopando por Panamericana. Hay una metáfora ahí, pero mejor no decirla para no arruinarla.
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