Javier Milei: loco, ¿pero no boludo?
El debate, el acting de campaña y la posibilidad terrible de que no haya sorpresa ni personaje.
Un hombre con ideas nuevas es un loco hasta que sus ideas triunfan, dicen que decía Marcelo Bielsa. Y desde que Javier Milei está cerca de triunfar en estas elecciones (o sea digamos a partir de las PASO), la duda se instaló en el círculo rojo y en todo el mundo: ¿está realmente loco o interpreta un personaje para la campaña? O, mejor planteado: ¿qué tan loco está de verdad y en qué porcentaje su locura es un acting?
La política funciona a través de la representación y en el Siglo XXI eso se canaliza a través de personajes que los candidatos montan con la esperanza de generar una conexión sentimental (antes que racional o ideológica) con el votante. En este 2023 se constituyeron tres ofertas de personajes: una tía que pretende ser canchera y decidida pero aparece ante todo como papelonera y balbuceante (y total va a salir tercera), un tío copado pero garca que siempre parece decir lo que uno esperaría (y genera el acto reflejo de siempre llevarse la mano a la billetera por las dudas) y un primo bulleado y con asperger funcional, apenas psicópata, que puede colapsar pero no parece inevitable que te vaya a cagar de entrada. ¡El sistema funciona!
Milei construyó su éxito con el manual de Duran Barba: un candidato outsider ante una clase política desprestigiada, sin antecedentes de gestión ni mayores pergaminos (más allá de sus conocimientos de economía), que la corre de atrás y no aparece en las encuestas (ponele) hasta que en un sprint final se mete en el podio. Todo eso ya pasó. En esos escenarios, el outsider suele mostrarse fresco y criticar el viejo régimen de los políticos tradicionales para finalmente ganar la segunda vuelta. Esa es la parte que todavía no ocurrió y que tal vez sería inevitable si no existieran las PASO. Pero no nos adelantemos.
Milei armó su propuesta de campaña en dos grandes ejes. Uno es la idea, copiada a la izquierda española, de “la casta”. El concepto puede aplicar a todos los políticos o a algunos (hasta el año pasado, por ejemplo, Milei excluía a Macri y a Bullrich de esa definición), a empresarios prebendarios, a sindicalistas según corresponda (Barrionuevo y Gerardo Martínez de la UOCRA ya quedaron afuera). La idea es maleable y calzó bárbaro ante una clase política y un gobierno nacional indolentes. El caso Insaurralde de este fin de semana solo sirvió para reforzar el concepto como una cereza al marraschino. No hubo empalamientos todavía porque los argentinos somos ante todo copados y pacíficos, y porque hay elecciones en tres semanas.
El otro concepto ganador de Milei es dolarizar. La idea de dólar activa receptores de dopamina solo existentes en el cerebro de los argentinos. Dólar mata todo, y en épocas de precalentamiento hiperinflacionario vale doble. Como explicamos en la entrega anterior, dolarizar es imposible (no hay dólares), y si estuvieran dadas las condiciones para hacerlo, no haría falta dolarizar. Pero es una idea de campaña para vender, no para consumir. Prometer dolarizar es genial porque todos los receptores del mensaje pueden entender lo que quieran al respecto y nunca hace falta explicar detalles técnicos. Si el 20% de la gente cree que se va a intercambiar cada peso por un dólar, ¿por qué habría que corregirlos? A nadie le interesa escuchar a la decena de economistas que rodean a Milei explicar los fundamentals: él dice que va a dolarizar y nosotros escuchamos que vamos a dejar de perder contra la inflación. Dice “dólar” y se escucha “Miami”. Funciona. No importa que sea inviable. Elijo creer.
A esas dos ideas le sumó un poco de suerte, financiamiento espurio, algo de negacionismo y memes de la alt-right yanqui. Con todo eso, a caballo de ocho años de presencia y gritos en medios de comunicación, Milei se quedó con el primer lugar en las PASO y posiblemente también en la general. Y lo tildaban de “loco”. Lo ayudaron los dirigentes del PJ (con la esperanza de que le robe votos al macrismo), parte del PRO (para que corra todos los debates a la derecha) y los propios medios y empresarios que ahora le tienen miedo (con la idea de que el candidato nos lubrique para el futuro ajuste, que en su cabeza iba a hacer otro). Ahora, todas las dinámicas operan a su favor: hasta los astros lo benefician y el esoterismo lo ve como el inevitable Hombre de Gris.
¿Si quiero o si tengo?
Todas esas cosas que benefician a Milei en esta campaña serían inútiles o dañinas si mercurio retrógrado lo deposita en la Casa Rosada. Sacudir una motosierra en La Matanza funciona ahora, pero no va a servir cuando la Corte Suprema bloquee decisiones clave. Gritar no va a alcanzar para sacar leyes en el Congreso o frenar un juicio político. Seguro, ganar las elecciones acomoda las alianzas y orienta los incentivos a favor del ganador, pero hace falta mucho más para domar la crisis en la que ya estamos, ni hablar de la que se viene. Menem hubo uno solo, y cuando se le desató la segunda híper terminó escondido en una quinta. ¿Milei está más preparado?
La gira por Estados Unidos para hablar con inversores no anduvo. Ven al candidato con interés por su ideología, pero saben que no puede aplicar lo que promete. Prestar guita para bancar una dolarización, menos que menos. La persistencia en esa idea, con el nombramiento adelantado de Ocampo en el Banco Central, solo confirma la intuición de que no hay Plan B. El palazo, como la séptima, es inevitable.
Pero la duda es qué tan loco está Milei. Porque una cosa es el acting de campaña y otra es que se haya rodeado de cosplayers, negacionistas de la dictadura, tipos que vivieron con los viejos hasta los 40, lopezreguistas tardíos y una mina que dice que puede ayudarlo a hablar con sus perros muertos. O sea, digamos, una cosa es prometer poner una bomba en el Banco Central y después decir que es una metáfora, y otra muy distinta es tener un brote cuando le preguntan por el Papa. La impostura de salir con una actriz no alcanza a tapar que pareció colapsar cuando le dieron un bastón presidencial de utilería. Insultar o denunciar a periodistas que le hacen preguntas básicas tampoco es de persona que está completamente en sus cabales.
Que alguien a quien el periodismo consintió sin críticas durante 8 años colapse frente a planteos de esos mismos periodistas es preocupante. Hace dos semanas, Milei se bajó de una entrevista en TN a los insultos porque no quisieron cancelarle a los otros invitados. Después suspendió una nota con la célebre cadena comunista CNN y la única explicación fue que iban a “guardarlo” por 10 días para el debate. Esa novedad desató una serie de especulaciones sobre el estado de su salud mental y disparó una catarata de fake news y operaciones sobre una eventual internación y supuestos problemas psiquiátricos. Pero Milei reapareció el sábado con una entrevista bastante normal con Alejandro Fantino. Y este domingo estuvo en el debate presidencial, en el que salió airoso sin despeinarse. Trastabilló un poco, sí, pero no parecía medicado, que era lo importante.
No vamos a hacer psiquiatría por correspondencia ni diagnosticar trastornos a ojo como si fuésemos Nelson Castro. Tampoco tiene sentido especular sobre la veracidad de su último romance, o la relación con su hermana o con sus perros. El tema es si actúa o no. Y en una entrevista que le hicieron en 2018, cuando ya había instalado el yeite en todos los medios, respondió él mismo: “No soy un personaje. Yo soy así, como me ves”.
“Yo soy una especie de personaje de Puccini que anda dando vuelta por la vida de un tipo recontra apasionado. No concibo la vida sin pasión. Y muchas veces lo que pasa en los debates es que hay gente mintiendo, chicaneando, mucha miserabilidad... Todo eso a mí me exacerba. Cuando vos te dedicaste a mirar los números y a estudiar y a estudiar y ves las consecuencias nefastas que trae eso sobre millones de seres humanos, te sublevás, te enojás, te sacás”, le dijo Milei a Fernanda Iglesias.
En tres semanas vamos a correr la cortina. La sorpresa sería encontrar que no hay sorpresa, que lo que se ve es lo que hay, y que el conejo nos lo comimos hace rato.