Jorge, el primo y el último de los Macri
Mauricio ya hundió al PRO en el país. Jorge va por el récord de hundirlo en CABA.
La escena ya la vieron, pero la vamos a contar de nuevo porque es buena. Jorge Macri habla con periodistas en la Villa 31. Fue a desalojar una feria ilegal, en una actitud muy poco liberal, o sea digamos, muy anti-capitalismo manchesteriano. La feria es ilegal porque se venden cosas robadas, me explico, y es más fácil levantar a una decena de manteros que evitar efectivamente el robo. Aparte así se puede vender una idea de laburo, cosa que le viene bien al flamante jefe de Gobierno porteño, que desde el 10 de diciembre pasó más tiempo boludeando con su esposa en Instagram que en Uspallata 3160. Por eso hay tantos periodistas ahí, justo en la única feria de la Ciudad de Buenos Aires que vende cosas robadas. La calle está dura, la pauta nacional se achica, en fin. Cuando una periodista le pregunta por qué justo ese día se levanta una feria ilegal que funciona todos los días Jorge Macri dice que han verificado “hechos ilegales”. Pero no puede terminar la frase: los y las periodistas empiezan a gritar porque a sus pies acaba de aparecer una rattus norvegicus, o rata noruega, o rata de alcantarilla, un espécimen bastante grande, mínimo unos 25 centímetros de largo sin contar la cola, los periodistas saltan, sobre todo los que tienen calzado abierto, porque hace calor. La rata parece desorientada, lenta, corcovea sin destino claro, hasta que un señor se digna a pegarle una patada torpe, de zurda, y de la nada aparecen dos perros callejeros y se la comen. El video que capturó TN es excelente. ¿Por qué lo cuento ahora, si fue hace tres semanas? Porque se viene una metáfora fácil y lábil, pero no por eso menos verdadera: Jorge Macri es Jorge Macri, la rata es una rata, y los porteños estamos abandonados a nuestra suerte por el gobierno municipal.
Jorge Macri es el avatar que eligió su primo Mauricio para completar 20 años de gobiernos consecutivos del PRO en la Ciudad de Buenos Aires. Y así como Macri (Mauricio) puede terminar de hundir a su partido en todo el país si lo convierte en una colectora de La Libertad Avanza, su primo Jorge puede ser el último Macri que gobierne (digamos) la Capital, al menos por un tiempo. Básicamente, porque ya no les interesa.
Pero no era así hace 20 y pico de años, cuando Mauricio Macri quería gobernar la Ciudad por primera vez, sacársela de las manos a Aníbal Ibarra y a las capas geológicas del radicalismo y el PJ porteño, hacer algo grande. Fue, se alió con López Murphy, perdió (gracias, en parte, a una tercera candidatura de una tal Patricia Bullrich), ganó una banca de diputado, no fue nunca. Se hizo publicitar, como si fuera un shampoo, por Savaglio, que inventó el manual de marca del PRO que se usa hasta hoy, y se dejó asesorar por Duran Barba, que le aconsejó saltar charcos para dejar de ser Macri y pasar a ser Mauricio. Cromañón mediante, se fue Ibarra y Macri pudo ganar en un distrito que, se decía en esa época, era demasiado “progre” para votar a un candidato con ese apellido. No ofendo a nadie si digo que el saldo de los primeros (¿12? ¿16?) años del PRO en la Ciudad de Buenos Aires fue positivo. De la mano de Duran Barba, con Horacio Rodríguez Larreta y Marcos Peña como ejecutores, Macri identificó lo que querían los porteños de esa época. Ibarra y Telerman pensaban en una ciudad del Siglo XX, enfocada en el microcentro y en el subte para llegar ahí, además de una policía light (la Guardia Urbana, precuela de División Palermo) y cierto garantismo de fondo. Pero la crisis de 2001 ya había pasado, los porteños se preocupaban más por la seguridad y miraban más hacia Palermo, que justo había explotado en los años anteriores. A ese electorado Macri le ofreció seguridad con una policía más parecida a una de verdad, pero también en el espacio público. Mejor alumbrado, más limpieza, enrejar las plazas para evitar que las ocupe el lumpenaje (¿se acuerdan de lo que era Plaza Miserere antes de 2007?), limitar las zonas de oferta de prostitución, ordenar la venta callejera. Una idea de “la calle” que hoy calificaríamos de progresista, pero entonces era de derecha. Desde ya, no fue perfecto: nunca se pudo erradicar del todo a los trapitos, los manteros y el descuidismo; el transporte público se ordenó con el Metrobus pero el subte se estancó; hubo idas y vueltas como hacer pasos bajo nivel para después terminar elevando los trenes. Pero el saldo fue a favor, el PRO-Cambiemos ganó todas las elecciones locales y ese éxito de gestión, entre otras cosas, llevó a Mauricio Macri a la presidencia. En la Ciudad lo sucedió Horacio Rodríguez Larreta, que siguió con la línea ganadora, incluso a pesar del fracaso nacional macrista.
Pero la ley de los rendimientos decrecientes, que tanto perjudicó al kirchnerismo, también afectó al PRO porteño. El día de 2020 que Alberto Fernández y Cristina Kirchner lo eligieron como enemigo y le birlaron unos fondos de coparticipación, Horacio Rodríguez Larreta empezó a medirse la banda presidencial que, estaba seguro, le tocaba. Y se dejó estar. Tardó en ver el reclamo de reapertura de escuelas y otras libertades de ese mismo año, ignoró que la calle volvió a llenarse de manteros y linyeras (ahora, por primera vez, gente de clase media). El centro nunca se recuperó de la pandemia y nada se hizo al respecto. En su último año, Larreta directamente dejó todo para dedicarse a la campaña. Ahí el abandono empezó a ser notorio. La seguridad empeoró, incluso en zonas otrora protegidas como Recoleta; se dejó de perseguir delitos menores como el robo de bronces de los edificios; las comisarías estaban colapsadas y semana por medio se escapaba un preso o varios. Larreta perdió por mucho las PASO contra Patricia Bullrich, que a su vez quedó tercera en las elecciones generales y afuera del balotaje. Milei se comió el electorado del PRO, y ahora el partido está atado al destino del gobierno libertario. Si le va bien, Milei los absorbe; si le va mal, se hunden juntos.
Macri la vio venir en marzo de 2023 y se puso conservador: no fue candidato para evitar la derrota y, después de una tregua endeble con Larreta, impuso como sucesor en la Ciudad de Buenos Aires a su primo Jorge. Méritos no le faltaban: era su primo, no vivía en Capital y gobernaba Vicente López. Para los que no son oriundos, les cuento: Vicente López es un partido bonaerense sin pobres ni villas, con todas sus calles asfaltadas y cloacas en el 98,4% de las viviendas, con sólo un décimo de la población porteña y un 15% de su territorio. O sea, digamos, un comité de los perros muertos de Milei podría gobernar el distrito sin problemas. La Ciudad de Buenos Aires es otra cosa. Jorge Macri hizo campaña con el apellido, que garantiza un piso de 30% de los votos porteños, y con promesas vagas de mano dura contra los criminales más peligrosos, como los linyeras que duermen en los cajeros automáticos, o de discriminar a los bonaerenses que se atienden en hospitales públicos ajenos.
Una vez que ganó, Jorge Macri se enfocó en sus vacaciones, según podía verse en el instagram de su esposa, María Belén Ludueña. Estuvo en Punta del Este en enero, mientras en la Ciudad quedaron árboles caídos por el temporal de diciembre durante semanas, y en febrero se fue a Roma para ver al Papa y tuvo unas reuniones sobre transporte para disimular. Su otra misión fue desguazar varios sectores del Estado porteño, en parte para ajustar a tono con el clima nacional, pero sobre todo para desplazar al larretismo. Así, el PRO porteño, que se ufanaba de sus cuadros técnicos y su gestión, no dejó a nadie en las primeras líneas que supiera hacer alumbrado, barrido y limpieza. Los resultados están a la vista. Caminar por Corrientes de noche es una experiencia de supervivencia, y en Boedo o San Telmo no hay dos cuadras seguidas con postes de luz sanos. Retiro, el microcentro y Once deben ser parte del conurbano, porque el Gobierno porteño no se hace cargo de nada ahí. La ciudad que, se jactaba Mauricio, no se inundaba más, volvió a anegarse en muchos barrios por la falta de algo tan básico como destapar desagües. Recién en las últimas semanas se acordaron de hacer algo de limpieza, insuficiente y para las redes sociales. Mandan más mails y gacetillas de lo que efectivamente destapan, limpian y fumigan. No hay que desratizar, hay que enseñarle a la gente a cazar sus propias ratas.
¿La desidia es una estrategia política que puede sostener un proyecto nacional? ¿O en este caso sólo hay vagancia y falta de creatividad para copiar el estilo de Milei? Se equivoca Jorge Macri en imitar al libertarianismo nacional. Los porteños votaron al PRO por cómo mejoró al Estado municipal en todos sus niveles, no para destruirlo. Mucho menos en una época de recesión y crisis, en la que la clase media va a tener que apelar más seguido a la educación, el transporte y la salud públicas. Sería ridículo desarmar bicisendas cuando más se van a necesitar, sólo porque son un símbolo de la gestión anterior y ofenden a los frentistas de su núcleo duro. Se puede tolerar la venta de la Ciudad al por mayor a IRSA, pero es más difícil si se abandona todo tipo de obra pública y de infraestructura. Los porteños elegimos vivir en la Mejor Ciudad del Mundo, no estamos acá porque no haya otro lugar a dónde ir. Y hundimos demasiado capital monetario, físico, cultural y social para que venga a arruinarla un tipo que ni siquiera se sabe la letra de Naranjo en Flor, solo para intentar posicionarse como tercera marca en la góndola del futuro fracaso libertario.
Posdata
En este día lluvioso, nada mejor que escuchar a Edmundo Rivero cantando Duerme de Homero Manzi, probablemente la cosa más linda que van a ver hoy.
Y para los que no lo conocen, este mashup (¿se acuerdan de los mashups? re early dosmiles, gordo) de Gorillaz y Gustavo Cerati, que además tiene un videazo con imágenes de Buenos Aires.
Cómo no te va a gustar esta ciudad.
Cuidensé y salgan con paraguas, o no salgan. Nos vemos la semana que viene.