“El año está perdido”, decía siempre mi amigo Gogui más o menos por esta época del año, entre marzo y abril. Los vagos nos burlábamos de los que tenían proyectos, aspiraciones, ideas, porque bueno, ya sabemos cómo es la cosa, una vez que el año avanza uno se choca contra la realidad. Era un chiste cínico, pero no dejaba de ser gracioso: con el pasar de los años se empezó a hacer cada vez más temprano, hasta que se mezcló con los saludos de Año Nuevo y Navidad. Felices fiestas, el año está perdido antes de empezar. Pero la confirmación llega en otoño.
Tengo una teoría y es que en el verano las cosas (los objetos y las personas, pero también las ideas y los planes) se expanden por el calor (y cada vez hace más calor). Se excitan con la luz, crecen, se multiplican y se dispersan. En otoño llega el fresco y ocurre la contracción térmica (ese ruido que a veces hacen los objetos de noche, sin motivo aparente, eso es la contracción térmica, en general, digamos). Las cosas se comprimen y a veces no resisten y también se achican, se doblan, se rompen.
Otoño entonces trae el equinoccio, el fresco (a veces), las noches más tempranas, las infusiones calientes, los guisos, pero también la sensación ominosa de que todo está perdido y una larga sucesión de pequeñas roturas, descomposiciones módicas, desgracias en miniatura.
Este año, entre el fin de marzo y principios de abril, se me rompió el ventilador de pie. Sí, podría haberse roto en enero, pero así empiezan estas cosas. Después se jodió un foco en el living, y lo que jode no es el arreglo en sí, que es más o menos fácil, sino que la luz titila, va y viene, anuncia lo peor. La bici empezó a hacer un ruidito a la altura de la maza, hay algo suelto y ya sabemos cómo termina eso. Me tajée un dedo con la mandolina, cortando repollo colorado, y el repollo se mezcló con la sangre, que era mucha, y nunca encontré el pedacito de dedo, que seguro me lo comí. El lavarropas dejó de centrifugar y esta semana anduve estrujando la ropa para sacarle el agua antes de colgarla, como un huérfano en una novela de Dickens. Son desgracias chiquitas, pero se van acumulando, y esto recién empieza.
Sí, este no va a ser un análisis de política y economía, por si no se dieron cuenta todavía. Sí, ya sé que Milei fue a Ushuaia a inaugurar una base militar yanqui haciendo cosplay de milico, ya sé que dijo que va a mandar ayuda militar a Ucrania y recuperar Malvinas y que se comió un fake de un bot de inflación de Jumbo. Pero hoy vamos a hablar de otras desgracias.
No es una casualidad, no es una cosa de un solo año. Tampoco es mercurio retrógrado, ni el eclipse, ni el dengue. Esto ya es una institución. Hace unos años, por ejemplo, pasé todo febrero recorriendo los Siete Lagos en carpa con amigos. La pasé bárbaro, pero dos semanas en bolsa de dormir está bien, tres es mucho y cuatro es demasiado. “Por fin voy a pasar unos días en casa tranquilo”, pensé cuando volví. A los pocos días empezó la cuarentena. Hay que tener cuidado con lo que uno desea, que a veces pasa.
Al año siguiente fue una desgracia atrás de otra. Me caí de la bici enfrente del Planetario, un palazo fenomenal; quise esquivar a uno, puse el volante a 90 grados, salí volando, aterricé con una mano, me fisuré un hueso. Volví con la rueda doblada, volanteando con una sola mano, y tuve que hacerle upa a la bici porque no andaba el ascensor, que estuvo roto todo el mes. Se me despegó la bacha de la cocina, no una sino tres veces, las tres cuando estaba lavando verdura. La vista de la cocina inundada y llena de rúcula no se la deseo a nadie. La primera vez me quedé ahí parado, mirando, con una expresión de desolación que mi novia bautizó entonces como “cara de bacha caída”. Ese mismo abril apareció un ratón mientras regaba las plantas en el balcón (en un cuarto piso) y casi me mata del susto (les tengo fobia, aunque sean ínfimos). El techo de la cocina empezó a filtrar, se formó una burbuja de agua en la pared, en el cuarto también. Las luces del living también se jodieron y titilaban como si hubiera un fantasma. El colmo fue una noche, a las dos de la mañana, que me desperté porque parecía que se venía abajo el edificio, no entendía si había un terremoto o qué. Era un ruido de motor fuertísimo, que se sentía adentro de mi departamento: el encargado confirmó al día siguiente que era una máquina que estaba destapándole el desagüe al del quinto. ¿A las dos de la mañana? “Es que el pibe tiene mucho laburo”.
En el principio del otoño, las principales religiones celebran alguna forma de pascua. Para los cristianos es el sacrificio de Jesús por nuestros pecados y su posterior resurrección, los judíos celebran el Éxodo y el fin de la esclavitud. En todos los ritos aparece una idea de renacimiento, de volver a empezar, que incluso puede venir de rituales paganos más antiguos. Y tiene su lógica, porque en el hemisferio norte, donde vive el 87% de la población mundial, esos festejos coinciden con la llegada de la Primavera, los días más largos, lo que florece, lo que renace después del Invierno. Acá en el Sur queda la sensación de fin de fiesta, de algo oblicuo y un poco triste, de que adelante solo hay incertidumbre.
Hay que operar ante la crisis, moverse antes de que te lleve puesto. Estaba harto, no sabía bien qué hacer, así que le escribí a una amiga que me recomendó un exorcista. Como mi amiga es medio hippie yo esperaba algo onda reiki, energías, esas cosas. Pero no, era un exorcista de verdad, cristiano, y se llamaba Angelito. Como todavía estábamos en cuarentena, me pidió que le mande un plano de mi departamento por Whatsapp, porque iba a hacer la primera parte de la limpieza en home office. Ojalá fuera joda. Al tercer día vino a casa, dijo que estaba todo muy cargado y que el pasillo era siniestro, algo que se puede comprobar a simple vista. Me avisó que mis vecinos tienen “otros rituales” pero lo decía bien, “sin juzgar” (la mayoría son senegaleses, calculo que lo dijo por eso). Recomendó que me cuide y puso “protección” en la puerta de entrada. Me mandó a comprar palo santo para seguir limpiando por mi cuenta, pero no en cualquier lugar; compralo en las iglesias porque la mayoría de las santerías en realidad son paganas, y los sahumerios pueden traer cualquier cosa.
Cuando llega esta época, además de deprimirme, pienso en el primer homo que desarrolló la corteza frontal y se dio cuenta de que el sol se iba más rápido, los animales se escapaban, los árboles parecían morirse. Debe haber sentido frío y miedo el tipo. Soy ese, dirían los pibes ahora.
El año está perdido, sólo queda pasar el otoño. El invierno va a ser peor, pero ese es otro tema. Sobre todo cuando veamos que no hay recuperación económica, se terminen las partidas de presupuesto prorrogadas y empiecen a llegar las facturas de gas multiplicadas por 5 o por 10. Pero dije que no iba a hablar de eso. No tengo consejos nuevos para darles. Si ven que empiezan las desgracias, traten de resolver rápido, no se dejen estar, sé que es difícil, que no los coma la miseria. Abríguense, abrácense, hagan guiso. Si pueden perdonar, perdonen. Si pueden reconciliarse, reconcíliense. Yo tampoco puedo a veces eh, no se crean, pero por algún lado hay que empezar.
Hay una teoría que dice que la idea de que Jesús resucitó y ascendió a los cielos fue para justificar el hecho de que su cuerpo nunca apareció. Dicen que fueron los romanos, o los mismos apóstoles para alimentar la idea de la resurrección, o incluso unos ladrones de tumbas. A mí me gusta pensar que se les perdió y tuvieron que inventar sobre la marcha. Me re pasaría.
Posdata
Disculpen la falta de newsletter de la semana pasada. A grandes rasgos: internaron a un pariente cercano y tuve que pasar unas noches en la clínica. Ya está todo bien, no pasa nada; pero les dije, otoño es así.
Disculpen también el cambio de tema de esta semana, la próxima volvemos a la programación habitual
En abril de 2020 los Strokes sacaron un discazo y le pusieron, con mucho tino, La nueva anormalidad. Para mí es el soundtrack de la pandemia, pero sigue siendo un lindo disco para escuchar caminando. En 2022 vinieron al Lollapalooza y sonaron como el culo porque los pusieron enfrente de otro escenario, el reguetón de no sé quién se superponía a sus temas, Casablancas se fastidió, el resto de la banda estaba en una. Pero este tema se escuchó bárbaro. Es una canción sobre perder y arrepentirse.
Cuidensé. Nos vemos la próxima.
A mi me pasa algo muy parecido con el otoño/invierno pero estoy del otro lado del charco.
Y acá donde vivo de hace larguísimo. En octubre el clima ya es una mierda y no para de ser una mierda hasta abril/mayo (con suerte).
Ojalá este año la bacha resista