Vamos a simplificar mucho y mal: la democracia surge como fenómeno sobre todo “occidental” en el siglo XIX (si, ya sé que empieza con los griegos, pero concéntrense). Era, entre otras cosas, una forma de aliviar las presiones populares contra las monarquías que todavía quedaban en pie y evitar una caída en la anarquía. Se consolida en el siglo XX como vehículo de una ampliación de derechos (el voto femenino en todo el mundo, el fin de la segregación racial y el fraude antipopular donde los hubiera) y como dique de contención ante la amenaza comunista, que también dio (por oposición) los años dorados del estado de bienestar capitalista. Es decir, la democracia, además de ser, en teoría, el “gobierno del pueblo para el pueblo y por el pueblo”, era también, en la práctica, un sistema de expansión de las demandas populares. Bueno, eso se terminó.
Ya no hay nada enfrente, no hay alternativa al capitalismo neoliberal, porque no necesita ya satisfacer demandas y voluntades. Los dueños del capital como mucho requieren consumidores, y a veces ni eso. La democracia quedó solo como un adorno, un dique simbólico que mantiene el statu quo. Para ver por qué no funciona, alcanza con mirar la versión autofágica y decadente que persiste en Europa, o la opción geronto-plutocrática de Estados Unidos. También ser puede observar el sadismo gore de las elecciones de México o el homenaje a Esperando la carroza que fueron las presidenciales de Argentina en 2023 y sus consecuencias.
Las democracias funcionaron, o sea, digamos, cuando funcionaron, bajo el imperio de ciertas tecnologías (la imprenta primero, la radiodifusión masiva después) y en ciertas sociedades (la oligarquía ateniense, algunos países en la era dorada del estado de bienestar, Internet en la era 1.0). La democracia parece no funcionar en la era de las redes sociales, con hackeos directos y poco disimulados a los procesos electorales ideados sobre todo en papel y lápiz. Tampoco hay democracia cuando la inteligencia artificial agrega una capa de distorsión cognitiva sobre el ambiente, que dinamita la soberanía y genera realidades a voluntad de las herramientas digitales. El voto no funciona en modelos de explotación poscapitalista que sólo garantizan la universalidad del consumo, pero no de la educación, la salud y la seguridad. Si no hay progreso colectivo, si las empresas globales son más poderosas que la mayoría de los estados, entonces con la democracia no se come, ni se cura, ni se educa. En el siglo XXI volvemos al XIX, pero con maquinaria de esclavitud sensorial y cognitiva para alimentar un eventual tecnofeudalismo sin clase media. Matrix cumple 25 años y al final era un documental.
Hasta ahí la mala noticia. La otra mala noticia es que el siglo XXI enfrenta tres grandes desafíos: el dominio de la inteligencia artificial, el problema del calentamiento global y el dilema de la proyección humana hacia el espacio. Es decir, qué hacemos con nuestro cerebro, qué hacemos con nuestro planeta y qué hacemos con el universo (y sus eventuales otros habitantes). No son problemas que pueda resolver una democracia delegativa ni un estado asambleario; no, al menos, en la forma en que los concebimos ahora, mucho menos ante el actual colapso educativo y cognitivo de las mayorías. Una reunión de consorcio lo suficientemente grande provocaría sin dudas el fin del universo conocido.
¿Quién está preparado para enfrentar esos problemas? La tercera mala noticia es que nadie, tal vez, hasta ahora. ¿Quién los va a terminar resolviendo? Cuarta mala noticia: todo apunta a los tecnofeudalismos neoliberales (sí, no es una contradicción, confíen) que se están cultivando en las incubadoras de Google, Amazon, Meta, Apple, Open AI, Tesla/Space X, SMIC y Xiaomi, entre otros. Primero crearán (están creando) la nueva realidad y después van a venderla dentro de la Simulación. Peter Thiel y Marc Andreseen negociarán con las burocracias oligárquicas que sigan en pie en ese momento. Tal vez todavía exista algún ente simbólico y completamente inútil, como la ONU, que pueda adosarle legitimidad al engendro que surja de la competencia o colaboración de las empresas-estado del siglo XXI. El leviatán de nanochips y sus tentáculos ocuparán el rol que hasta ahora ocupaba Estados Unidos, sobre todo en las películas de acción, entre pacificador global y policía planetaria. En los próximos años, sobre todo en la vida real, ese espacio sólo puede llenarlo un país que llegó a la verdadera democracia a través de su supresión, cuyos ciudadanos votan todos los días y nunca: el gran Imperio del Centro, más conocido como China.
La buena noticia, si la hay, es que mientras esos problemas se resuelven (o no), la Simulación crecerá, se extenderá y arrojará formas cada vez más entretenidas de analgesia. En sus iteraciones avanzadas, se respetarán más o menos la mayoría de las libertades civiles y algunos de sus “derechos”, dentro de sus límites, para garantizar la adopción de nuestras sucesivas identidades y fomentar el consumo que las retroalimenta. Versiones ulteriores solucionarán enfermedades y glitches, pero el bienestar será para unos pocos. A partir del beta, la realidad será indistinguible de la realidad. Va a ser difícil salir sin una buena catástrofe. Lo que nunca se va a poder es disputar el capital. Pero nos vamos a divertir un montón mientras babeamos.
Constitución de shock contra el Imperio Austral
Capaz la democracia en Argentina tampoco funcionó nunca. O sea, digamos, no me malinterpreten, a mí me gusta la democracia, o bueno, me explico, la idea de, sus derechos ocasionales, algunos de sus logros. No me convocan demasiado sus alternativas, no quiero que vuelvan los milicos, si los hubiere. Tampoco es que crea que una posible monarquía sudamericana elegiría a un gordo dos ambientes para integrar sus elites. Pero no se puede negar que la democracia tuvo demasiados problemas en nuestro país. Primero pasamos 40 años entre la independencia y el nacimiento de una Constitución. Después tardamos otras tres décadas en terminar con las guerras civiles y otras tres y pico en eliminar el fraude. En el siglo XX estuvimos otros 60 años entre constitucionalidad plena, dictaduras inútiles y gobiernos ilegítimos: muchas veces no hubo democracia, pero casi siempre tuvimos crecimiento económico y desarrollo social. Comillas comillas. El proceso 76-83 rompió todo y el latest release de la democracia se instaló con fallas en los programas comer, curar y educar. Los pocos años de crecimiento económico genuino en los ‘90 y los early 2000s en retrospectiva parecen cada vez más bugs que features, glitches cuya exageración terminó en más pobreza, nuevos saqueos, más degradación. Si se supone que así funciona, entonces no funciona.
El diablo está en los detalles. La primera parte de ese proceso, digamos, de 1853 a 1976 se hizo con la Constitución alberdiana, que sería zurda y empobrecedora para los estándares actuales por los derechos que pretendía consagrar. No fue la culpa de esa Constitución que se avalara el fraude electoral, ni que la Corte Suprema reconociera al gobierno de facto del golpe de 1930, ni que la Constitución del ‘49 (cuya legitimidad también es discutida, pero ese es otra tema) se anulara por proclama militar. El saqueo iniciado en el “Proceso de Reorganización Nacional” quedó convalidado de facto por casi dos décadas. La Constitución de 1994 no sólo justificó todas las desgracias anteriores sino que también legalizó injusticias futuras. Hay que escuchar el excelente podcast Generación 94 para entender que un montón de personas educadas y con buenas intenciones pueden parir un monstruo. El palimpsesto del 94 combinó el deseo de reelección de Menem con las fallidas aspiraciones de parlamentarismo europeo de Alfonsín. El resultado fue un engendro que consagró la macrocefalia porteña y la ciudadanía de segunda para los bonaerenses, feudalizó los recursos provinciales y legalizó la injusticia del Poder Judicial. Javier Milei dice aborrecerla, pero nunca habría llegado a la presidencia sin esa reforma, igual que Macri y De la Rúa. Eduardo Menem dice en el podcast que los que critican la Constitución del 94 no la leyeron. Podría decirse que los que la aplicaron en estos 30 años tampoco.
La democracia dejó de ser un valor en sí mismo para los partidos que deben defenderla y aplicarla. El PRO y La Libertad Avanza están supeditados directamente a la voluntad de las corporaciones y legislan abiertamente para ellas. ¿Y el PJ? También. Ni siquiera tienen democracia interna. El PRO es el partido de Macri y no pregunten lo que le pasa a los que opinan lo contrario (no por teléfono al menos). El peronismo lleva 35 años sin internas formales mientras una facción clausura los debates en el peor momento en pos de “cuidar los votos” que cada vez son menos, si es que existen. Esa vocación monárquica al menos la blanquean los libertarios: Rodolfo Barra, que algo sabe del tema, justificó el mega DNU (que, junto a la Ley Bases, es una reforma constitucional encubierta a favor del saqueo) con el argumento de que el presidente en Argentina “es análogo al rey”. Cuando le preguntan a Milei si cree en la democracia, él habla del Teorema de Imposibilidad de Arrow. Tenemos suerte, el resto de los políticos probablemente mentirían si les preguntaran lo mismo. Santi Caputo no cree en la democracia ni siquiera en los fanfictions de país ideal futuro que escribe en Twitter. Ahí sólo aparece una monarquía filoromana con tintes homoeróticos (algo bueno tenían que tener). Mucho menos creen en la democracia nuestras elites devaluadas que renunciaron a gestionar el país que las engordó. El ejemplo más notorio es Rosendo Grobo, que propone “usar la inteligencia artificial” para “hacer el Estado más eficiente”. O sea, digamos, si la inteligencia artificial existiera como tal, seguramente propondría optimizar recursos y convertir a Rosendo en fertilizante. Legalmente tengo que aclarar que es un chiste, pero también es verdad.
La democracia en Argentina no corre peligro porque no existe. El debate de la Ley Bases lo confirma. No hará falta una deriva autoritaria mientras el RIGI legalice la explotación y el resto de la normativa ayude a domesticar. En el peor de los casos puede fracasar o implosionar el propio Milei, pero, como ya avisamos, ahí está Villarruel en el banco de suplentes, para consolidar si hace falta el mismo modelo de saqueo pero con un rostro apenas más humano. Santi Caputo fantasea con el Imperio Austral, un objetivo noble que no va a llegar con este gobierno: si es exitoso, en el mejor de los casos nos espera una balcanización menemista. Cada vez que alguien dice que hay que cuidar algo de estos 40 años de democracia, un clavo se agrega al cajón. Pero los memes van a estar buenísimos
Posdata:
Si pensaron que iba a escribir sobre la Ley Bases, bueno, me gusta desorientar. Igual que Milei, pero menos dañino. ¿Algún día volveré a publicar todas las semanas? No sé. Perdón.
Si quieren leer a alguien que de verdad sabe de constitucionalismo en lugar de a un gordo terciario incompleto, les recomiendo esta nota de Lucas Arrimada.
Si captaron la refe a 3 Body Problem, también recomiendo a alguien que la leyó (y mucho mejor) en el blog de Hernán Vanoli.
Cuidensé. Nos vemos la semana que viene.